Entrenar fuera de casa significa exponerse a distintas condiciones climáticas que varían desde el calor hasta el frío o la humedad. Esta adaptación progresiva mejora la capacidad del cuerpo para regular la temperatura interna y asimilar los cambios del entorno. Estas microexposiciones fortalecen la piel, las vías respiratorias y el sistema inmunológico, lo que contribuye a una mejor resistencia frente a enfermedades respiratorias y otros padecimientos inducidos por cambios bruscos de clima.
El contacto con el suelo, el césped y otros elementos naturales durante las actividades exteriores beneficia la diversidad bacteriana del cuerpo. Estas bacterias, en pequeñas dosis, enseñan al sistema inmune a diferenciar entre agentes patógenos y benignos, mejorando su respuesta general. A largo plazo, esta exposición controlada puede reducir el riesgo de alergias y enfermedades autoinmunes, especialmente en niños y adolescentes que practican deportes en la naturaleza.
Ejercitarse bajo la luz solar facilita la producción de vitamina D, esencial para la correcta absorción del calcio y el fortalecimiento de huesos y dientes. Los niveles óptimos de esta vitamina también apoyan el sistema inmunológico, permitiéndole responder de manera más eficiente ante infecciones. Pasar tiempo al aire libre garantiza una síntesis adecuada de vitamina D, especialmente importante en personas que no pueden obtener suficiente de ella a través de la dieta.